jueves, 1 de enero de 2015

Yo era una mujer casada

Lo que me sorprendió fue que era la primera vez que mi marido me regalaba algo. Entonces abrí la bolsa, que estaba cerrada con un cordón. Él había retrocedido un paso y me observaba. Miré adentro. Tardé en ver o en entender. La "reacción retardada" era connatural al caso, hecho a medida para la incredulidad. En el fondo de la bolsa estaban las cabezas seccionadas de mi padre y de mi madre. Aún cuando las dos cabezas no me daban exactamente la cara, amontonadas sin orden como estaban unas sobre otras, los reconocí de inmediato, no sólo porque habían estado en mi pensamiento todo el día, sino porque eran inconfundiblemente ellos, con sus canas, sus arrugas, sus viejos rostros fatigados por una larga vida de trabajo y privaciones. El corte en el cuello era bastante limpio, pero no tanto porque nunca puede serlo del todo: acá asomaba, blanco y como prehistórico, un pedazo de tráquea, allá colgaban unas arterias como flecos. Los ojos de ambos estaban abiertos: me pregunté, absurdamente en medio del shock, si correspondía que yo se los cerrara, como deber filial... Por un curioso concurso de circunstancias biográficas, a pesar de mi edad yo nunca había visto un muerto. Qué ocasión para una primera vez!


Yo era una mujer casada, César Aira, Ed. Blatt&Ríos

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