viernes, 9 de enero de 2015

Arrebatado

 - --  Sabrás, querido Emilio, que no hay, en todo el recorrido de este sinuoso arroyo, un lugar mejor localizado y más estratégicamente aprovechable para la ingestión de melones que éste mismo que has encontrado.


Comprendí que extrañaba su tierra natal y le ofrecí un pésame sincero. Acordamos en afianzar nuestros vínculos elevando el melón a cuatro manos. El sol se agitaba insistente sobre el piletón y en la humedad que lo rodeaba.
Me guardé a la sombra y Golende sacó un cuchillo de mango de asta. Probó su filo contra la rama y lo deslizó contra la cáscara blanca, trazando líneas verdes a lo largo. Crujió la primera acometida. Con rápidos y elegantes cortes, fue desensamblando el objeto. Las porciones se desprendían de la totalidad y caían formando una helicoide en el suelo, a su vez que semillas pringosas eran desprendidas hacia los costados o aterrizaban en su cara. Abstraído en su empresa, Golende se olvidaba de pestañar, por lo que empezó a segregar lágrimas obesas que arrastraban la pulpa de melón todo a lo largo de los pómulos. Cuando el éxtasis al que había entrado alcanzaba su punto más álgido, Prilidiano Golende se detuvo en seco y comprendió, estaba seccionando el cráneo de Sarmiento.
La cabeza del prócer tenía la mirada extraviada y le chorreaba jugo de melón por el cachete, desde la herida abierta en el parietal hasta la comisura izquierda, donde se juntaba en un charco gelatinoso.

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