Es atrapante, porque no es una impostura, sino el ritmo, contradictorio, de un cuerpo casi sepultado en una clínica geriátrica.
Es la hermosura de querer ver en los amigos la continuidad de nuestra vida hasta en el momento en que deseamos que la nuestra se termine.
Es, también, el más vivo ejemplo de que los mejores (y peores, ¡uf!) recuerdos son los que nos darán luz en nuestro camino final.
Recta final, de Ricardo Becher, Ed. Milena Caserola, 2011.
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