viernes, 25 de junio de 2021

El cirujano de Sarmiento


Emilio Jurado Naón reconstruye escenas de la vida sarmientina en una novela de episodios con el dulce aroma de las cacofonías, los retruécanos y otros tropos que supimos conseguir.



Por Leonardo Miraglia*



Como sociedad, ¿qué será aquello que supimos conseguir? ¿El repetido discurso de la civilizac
ión y del progreso? Aunque aburramos de tanto repetirlo, la única verdad es la realidad. Jurado Naón no aburre, y tampoco lo repite a fuerza de verdades, sino de ficciones, que son intervenciones en los discursos de nuestro pasado remoto. ¿Y qué mejor vida que la de Sarmiento, plagada de contradicciones, inconsistencias, pasiones, creencias y algunos aciertos para desenmascarar la falsa verdad de una ficción siniestra?

La novela consta de siete partes: seis episodios de la vida sarmientina más una carta en formato de posfacio escrita por Juan B. Alberdi, colega, amigo, contrincante de Sarmiento en algunas de las ideas centrales que pensaron para la fundación de la cultura argentina. A partir de estas escenas, el autor opera en el pensamiento contradictorio, desbordante de exageraciones y esperpentos que muy seguramente habitaran el cerebro del prócer. Cerebro que en una escena el propio Sarmiento extrae de su cuerpo para sumergir en formol.

Ya desde el primer episodio, JN despliega su cirugía craneal sobre el cuerpo (humano y teórico) del procer y no se detiene hasta el final de la obra. No se resiste una sola vez a los repetidos tropiezos lexicales que él mismo se propone y con eso, propone y desafía al lector. A través de una escritura dúctil, pivotea a través de varios géneros y estilos narrativos: prosa, verso, estilo directo (diálogos) e indirecto, epístolas. Hay un trabajo a nivel lexical que es muy satisfactorio y otorga frescura y musicalidad a la prosa de esta novela.

En las primeras páginas, un Sarmiento preso político y ya viejo, en algún lugar cercano al sur de la Cordillera, recibe la visita de un grupo de ex alumnas. Lo que no estará claro de inicio a fin de esta obra, es cuándo JN imagina y cuándo sólo se limita a exhibir el pensamiento sádico y perverso, del prócer que supimos conseguir.  

“Para el armado del libro fuimos al Museo Histórico Sarmiento de la mano de Adriana Amante (docente de FFyL-UBA) y nos pusimos a buscar las fotos que aparecen en su archivo”, comenta JN, Licenciado en Letras por la UBA, sobre la decisión de incluir al inicio de cada episodio una fotografía que hace referencia al contenido del capítulo. “La de la tapa, por ejemplo (NdeR: aparece la fotografía de una dama del siglo XIX en la que la cara seria de Sarmiento figura, en collage, sobre el rostro de la mujer) consiste en una postal que alguien hizo, no se sabe quién y cuyo tono satírico me pareció que condensaba muy bien la idea del libro”, dice.

Otro acierto del libro es la inclusión de hechos laterales en la vida de Sarmiento. Es decir, no se ficcionalizan escenas de Facundo, o de Recuerdos de Provincia, las obras más divulgadas, sino de escritos poco conocidos de la biográfía del pensador sanjuanino. “En ciertos acontecimientos marginales de su vida me parecía que había escenas muy potentes. Por eso me propuse trabajar con ese material”. En esa marginalidad radica quizá el plus de la novela: genera interés al lector, casi siempre no conocedor de muchas de las vicisitudes en la vida del prócer. Incluso allí donde se puede encontrar un personaje tan villano para el bueno de Sarmiento, como es Juan Bautista Alberdi, no se utilizan las discusiones centrales de sus batallas de ideas, sino las cartas menos conocidas que se enviaban mutuamente. La idea central de esa carta ficticia que JN le hace escribir al redactor de Las bases… es que está dirigida al mismísimo autor de Sanmierto. Mediante esta operación, JN interviene directamente en la historia argentina. Quizá estemos presenciando la emergencia de un nuevo género, un novedosa forma de operar sobre los hechos (o los discursos) históricos. Sin embargo, no es la primera vez que este autor trabaja con próceres, y con Sarmiento en particular. Ya en A rebato (Blatt & Ríos), su primer libro de relatos, aparecía el cráneo parlante de Don Domingo y también San Martín en una secuencia delirante en un teatro. ”Siempre me interesó la escritura de Sarmiento, pero no tanto desde lo histórico, sino desde la ficción”, cuenta JN cuando le preguntamos el por qué de esta obsesión. Su madre, de apellido Roca, es descendiente de Agustín Roca, un abogado y militar que participó de las guerras de la independencia y del Paraguay, hermano de Julio Argentino, líder de la campaña de exterminio de los pueblos autóctonos. “Siempre supe que era descendiente de Roca, pero después de A Rebato me pregunté ‘¿Por qué escribo sobre los próceres?’. Cuando lo vinculé a mi historia personal dije: ‘Tengo que hacer algo con esto’”. Y ese algo es un proyecto que JN está preparando, o más bien escribiendo, en base a un libro de un tío suyo que se llama “Los Roca y los Schóó”, una serie de cartas con anécdotas familiares. “Escribir sobre uno mismo, algo que hoy está tan de moda, sólo se puede hacer de una manera interesante si se piensa con una perspectiva histórica”, asegura. Y quizá así, el escritor ya esté corriendo los límites de este género, poco explorado, hacia lo autobiográfico. Quizá así, el escritor se abrace a sí mismo, enriqueciendo su historia personal, desde la simple pero potente pregunta: ¿cómo me afecta lo que escribo?


jueves, 10 de junio de 2021

La literatura como búsqueda de sentido cuando la realidad ofrece un horizonte desolador

En su segunda novela, Juan Mattío tematiza las vidas clandestinas de los inmigrantes ilegales en clave de historización esclavista entre África y Sudamérica. 

Por Leonardo Miraglia

En Tres veces luz (Aquilina ediciones) se entretejen tres historias de niñez, dolor y soledad. La fiscal, el hombre y el niño que las protagonizan de manera equilibrada, no están en ningún momento dentro de sus cabales. No lo está el niño porque perdió a su madre, su casa, su tierra y su futuro. No lo está el hombre porque perdió todo eso pero tiene menos tiempo que el niño. Y no lo está la fiscal porque es un alma en pena que sólo “se siente” cuando está en soledad.

Esta historia es una historia de puertos y por lo tanto de barcos, y de marineros y capitán, pero también de clandestinidad. Juan Mattío (Buenos Aires, 1983) va reconstruyendo dos voces de manera intercalada y utilizando la narración retrospectiva. Va y viene entre los personajes del presente y los del pasado. Y allí surgen otras historias de cada una que, como cajas chinas, van asomando desde la clandestinidad de los containers que transporta la nave, hacia la luz. 

Si bien es cierto que al lector puede quedarle pendiente “entrar” a la historia desde los ojos del niño (único personaje principal que nunca habla en primera persona) quizá eso haga que la novela cobre sentido para el personaje del hombre, que sólo vive por y para contar la historia del chico: “Había creído que el niño era una cadena que lo ataba a la vida y lo condenaba a sobrevivir también a ese viaje”.



Mattío va construyendo una prosa que gana cuerpo lentamente a través del correr de las hojas. Al principio puede que el lector sienta que está muy marcada la pertenencia al género del policial (es el momento de la presentación del personaje de la fiscal) pero luego ese efecto se va suavizando. A pesar de que la mujer nunca deja de guiar parte del relato con su investigación, se hace urgente    la voz del hombre, que es en parte su voz pero también la voz del niño. La historia tiene su corazón ahí, en el sufrimiento constante de los dos desdichados. Y como lectores nos dejamos arrastrar de orilla a orilla del Atlántico para conocer no sólo el final, sino también la verdad.


“La única forma de sobrevivir es componer un papel”


En la clandestinidad del container, el hombre sabe lo que tiene que hacer para que él y el niño sobrevivan. Saca a Robinson del bolsillo y empieza a contar para no volverse loco. Uno, dos, tres, cuatro palotes en la pared: es lo que tardarán en llegar a la otra orilla. Pero no sólo hace eso (no podía hacer sólo eso). Tenía que escribir. Por si el sólo hecho de contar no alcanzara para mantener la cordura. O tal vez para darle un sentido a la locura que ya vislumbraba como inevitable. Y así la lengua y el lenguaje se van convirtiendo, poco a poco, en la posibilidad de quiebre de la historia. Un quiebre hacia la resolución final. Un quiebre, no un eje. Porque en el eje de esta historia está la descripción del mundo: ahí aparecen, todas juntas, la filiación de la esclavitud, las inmigraciones ilegales, la clandestinidad de las vidas, la sordidez de la muerte inevitable y la perversidad de quienes deciden quién vive y quién no. En cambio, si hablamos de quiebre, hablamos de la posibilidad de cambiar una historia. Esta ficción o la nuestra. La de cada uno, la real. Que no dista mucho de lo que cuenta esta novela. Y allí, ese rol lo juegan la lengua como código y la literatura como chance de dejar un testimonio de lo vivido. Como una forma de volver a un tiempo pasado y transformarlo en otra cosa: “No intento traducirlo sino cabalgar sobre el sentido”, dice la fiscal cuando hace los interrogatorios. “No creer me mataría”, dice el hombre. La lengua como código y la literatura como lenguaje, una vez más, se juegan en la tensión entre lo que se puede comunicar y lo que no. En sus límites y en sus posibilidades. Y nosotros, como lectores, cabalgamos sobre unos y otros a lo largo de Tres veces luz, como con toda la buena literatura.