En la novela gráfica de Oesterheld y Solano Lopez parece darse la madre de todas las batallas comunicacionales: la de transmitir de la manera más fiel posible a las próximas generaciones, una historia difícil de imaginar. Quizá El eternauta sea también eso: ejercitarnos como lectores en cómo vamos a contar nuestra época a generaciones venideras. Es justamente eso, pero hacia el futuro*.
Por Leonardo Miraglia*
En principio, El Eternauta parece tener dos disparadores temáticos que reflejan nítidamente una época particular. Dos situaciones que, aunque imaginarias, estaban muy cercanas al inconsciente colectivo de aquellos primeros años de Guerra Fría (1957): por un lado, la invasión extraterrestre, quizá estimulada por la imaginación estadounidense temiendo un aniquilamiento ruso, por el otro, el control panóptico, a distancia y a través de radares, injertos de chips y rayos paralizantes. Pero si recordamos que la única ciudad argentina literalmente bombardeada hasta entonces, había sido Buenos Aires tan sólo dos años antes, en junio de 1955, las lecturas alegóricas nos hacen pensar en la realidad política nacional: la Armada, aliada con la Fuerza Aérea, soltaban sus cañonazos sobre Plaza de Mayo para sembrar una vez más el odio de clase y dejar más de trescientos muertos del pueblo. Es claro que a Oesterheld no le hacía falta pensar más allá del Río de la Plata.
Pero además de las temáticas y de las diversas lecturas, también existe la trama. El objetivo de esta nota es preguntarse cómo se pueden pensar esas situaciones narrativas desde lo comunicacional. Por ejemplo, en los inicios del siglo pasado, en los estudios sobre comunicación de masas, se utilizaba la metáfora conductista de la “aguja hipodérmica” para ilustrar el poder de “inoculación” que un mensaje podía ejercer sobre los cuerpos pasivos de los receptores, si éstos no se preocupaban por juzgarlo críticamente. Es decir que se trataba de una teoría enfocada en los “efectos” de la comunicación.
La “aguja hipodérmica” descansaba, además, sobre una concepción unidireccional de la comunicación (es decir, no había tal comunicación, sino que simplemente se trataba de la transmisión de una información). Según aquella idea, las capacidades de procesamiento crítico por parte de los radioescuchas no estaban consideradas. En el relato de Oesterheld, la radio tiene su momento de esplendor en la segunda parte de la narración, cuando el grupo, supuestamente resguardado ya de peligros, regresa a la casa de Salvo. Luego de unos minutos de relajación, surje un ruido. Nadie sabe qué es ni de dónde viene, pero se temen nuevos riesgos. Cuando suben al primer piso del chalet, dentro de una de las habitaciones, una radio transmite un mensaje con interferencias. En el último rincón de una Buenos Aires desolada, la presencia de la radio como aparato comunicador de la invasión ¿o de la salvación? es eminente. La comunicación al servicio de una causa popular… ¿o humanitaria?, porque la que está en peligro es toda la humanidad. El hecho es que el grupo toma el mensaje como una verdad inapelable, sin saber quién lo difunde. Y eso trae consecuencias devastadoras.
Otra imaginación del autor y que también remite a la “aguja hipodérmica”, es la aparición de los hombres-robots. Humanos que, habiendo sido atrapados por el enemigo, son ahora usados para atacar a los humanos. No los han inoculado con una aguja, pero llevan un aparato adherido al cuello que es controlado a distancia (panóptico) por los invasores. Su mensaje ha sido inoculado sobre los hombres, de la misma manera en que los mensajes publicitarios se introducen en nuestro subconciente.
Otro enfoque que se puede dar a los estudios en comunicación es el ideológico, que examina cómo la estructura de propiedad de los medios puede influir en la forma en que se construyen y difunden los relatos. Así, sólo se transmiten mensajes en consonancia con los intereses propios del medio, haciéndolos figurar como intereses generales. Con este enfoque, ya no nos centramos en los “efectos” de los mensajes sino en cómo su composición inmanente responde a determinada estructura de propiedad.
En la secuencia que comienza con el mensaje radial del que hablamos, y que concluye en la “zona de exclusión de la nieve”, la información confunde al grupo de Juan haciéndolo obrar de acuerdo a lo que quieren sus perseguidores (interés individual), pero presentándose como la salvación de todos (interés general). Si dejamos a un lado la urgencia, justificada en la trama por el relato de la invasión, quizá esta escena nos permita pensar no sólo los intereses de los medios en tergiversar los hechos, sino también en un fenómeno de los últimos años: la posverdad y su modus operandi, la permanente “construcción de realidad” sobre la base de información falsa (fake news) para ejercer un control de la sociedad. En la narración, Juan tiene justificado caer en esa trampa, por la urgencia de salvarse. Pero quizá la escena nos deje pensando en la importancia de no replicar ideas o imágenes que a diario encontramos en los mensajes mediatizados, especialmente en redes sociales, sin chequear antes la veracidad de lo que se informa. El objetivo debiera ser que nosotros nos informemos a través de los medios, no que los medios nos “in-formen” (nos formen desde adentro) a nosotros, es decir, que construyan nuestra subjetividad.
Al comienzo del relato, en la escena en que el eternauta se aparece en casa del guionista, y como paradigma fundamental que atraviesa toda la obra, tenemos el enfoque de la comunicación como transmisión oral intergeneracional. En este caso, digamos, es el Juan Salvo del futuro quien nos cuenta. Este enfoque se repite incluso dentro del relato, donde un historiador (Mosca) juega el papel decisivo de divulgador científico (la Historia como ciencia no deja de ser, políticamente, una suerte de “comunicación oficial” de lo sucedido). Como mamushkas rusas, tenemos un relato dentro de otro, en este caso el de un historiador. Este tipo de preocupaciones parecen ser “humanas demasiado humanas” en contextos de catástrofes como la que viven los personajes. Si el modo “fin del mundo” se activa, es normal que surja la pregunta de qué pasaría si la huella de nuestro humano paso por este mundo se perdiese para siempre sin que nadie se entere de nosotros. Y ahí no siempre la comunicación tiene una respuesta para quitarnos la angustia.
* La siguiente nota trata exclusivamente sobre la historieta original de Oesterheld, publicada desde 1957 hasta 1959 en la revista Hora Zero semanal, no a su reversión en formato miniserie, de reciente estreno.
* El autor es licenciado y docente en Comunicación Social, UBA.