¿Qué une a los nueve relatos de "Las reuniones"? Quizá sea un sujeto que explora, que se mueve (¿se pierde?) en las instancias de lo indeterminado, y encuentra ahí un placer.
Por Leonardo Miraglia *
Cuando uno recorre las páginas de “Las reuniones” (Rosa Iceberg, 2018), le queda bien claro que ese placer por la exploración no es, como en el placer del flaneur baudelaireano, producto de una actitud de contemplación ante las cosas, las personas o los paisajes. Lxs personajes de Bléfari (1965-2020), se implican en las historias que traman, en los vínculos que forjan, y cada uno lxs transforma de un modo único. Es probable que el,la lectorx que no disfruta de una experiencia parecida cuando lee, no se sienta atraídx por un libro así.
En Bléfari, los vínculos afloran en descripciones que sólo al inicio parecen distantes de afecto. Sus personajes, siempre a través de las experiencias, transitan permanentes estados de reflexión, especies de interrogantes sobre qué es lo que se teje de lo humano, en cada acercamiento, en cada vínculo entre dos. Y ese pensamiento no detiene a la experiencia, sino que, al contrario, y más allá de los resultados de cada relación, siempre la potencia.
Historias mínimas
“Las reuniones” también es un mapa bien federal de la geografía argentina. Los cuentos se desarrollan en pueblos o pequeñas ciudades como Puerto Deseado o Cañada de Gomez, y también podrían considerarse pequeñas las historias que se narran: por ejemplo, en Miniturismo, un grupo de amigos va viajando y parando en distintos pueblos, y lo que se cuenta no es otra cosa que el “ir yendo”, el “camino a”. Casi como una escenografía en movimiento, vemos pasar los fondos y las sensaciones que acompañan a la narradora, que las anota incansablemente en su libreta.
En Lámparas de oca, una mecanógrafa amateur termina haciendo todos los trabajos habidos y por haber en la casa de un escritor, pero de un día para el otro se queda sin changa. ¿Qué le queda de esa experiencia? Precisamente eso, lo vivido. En Sucumbir es adoptar costumbres, leemos las vicisitudes del actor de una compañía teatral que gira por distintos pueblos. En él podemos ver la relación que entabla con un muchacho obsesivo y paranoico que lo manipula hasta enamorarlo. En todos los relatos, los personajes se están moviendo: física, afectiva o racionalmente. Parecería que sí, que es allí donde se producen “las reuniones” entre estos personajes: el movimiento permanente. Pero, ¿alguien puede imaginar una reunión en movimiento? Bléfari lo hizo.
Cuando uno empieza a leer, se da cuenta rápidamente que no está frente a relatos con tramas super complejas. Nada altera la aparente linealidad de los cuentos. El tono narrativo es cansino pero, contrariamente a ese efecto, el torbellino de preguntas y reflexiones en la mente de los personajes, en el vínculo consigo mismos y con lxs otrxs, es lo que les da el verdadero ritmo a los cuentos. Como decir que los cambios se tejen lenta, pero constantemente.
Experiencia y aprendizaje
A lxs personajes que construye Bléfari se les va cayendo la experiencia de los bolsillos. En cada relato, hay uno o dos datos extravagantes que dan cuenta de vidas llenas de aventuras. No son grandes saberes, sino chiquitos y concretos, como por ejemplo uno donde una mujer les da un baño de lavanda a unos gatos, para que tengan un relajo onírico. Pero al mismo tiempo nunca dejamos de encontrar la curiosidad. Se ve claramente la faceta aprendiz de la autora, trasladada a sus narradorxs y personajes. Muchas veces son aprendizajes llevados a cabo por una autodidacta, pero en otros casos producto de talleres y con docentes. Respecto de los profes que la acompañan, en Hudson vemos que hay una construcción de la protagonista con una mirada de reconocimiento hacia ellxs. Hudson es, de hecho, el relato de una excursión al campo por parte de unos talleristas y sus maestros, que investigan sonidos raros.
A lo largo de los nueve cuentos, podemos ver reunidas a la Bléfari viajante, a la música, a la docente y a la alumna, pero principalmente, a la Rosario escritora. Desde esa simpleza con que escribía, quizá más rica que el resto de su paleta artística, Bléfari no hace autoficción: aporta su experiencia de vida a cada personaje que crea y con los cuales ella misma, como autora, crece.
*Lic y Profesor de Comunicación Social (UBA) y librero en El Divague libros
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